Cárceles para “rehabilitar”
[Adicciones]
Por Proceso
23/08/2013 - 11:16 AM
México, D.F.-
Desde hace por lo menos dos décadas los llamados “anexos” o “granjas” para
alcohólicos y drogadictos se han caracterizado por ser en realidad verdaderas
cárceles donde los “padrinos” que “rescatan” a estas personas las mantienen
recluidas contra su voluntad, además de sacar provecho de las cuotas aportadas
por las familias de los enfermos. Golpes, privaciones ilegales de la libertad,
humillaciones, vejaciones de toda índole y hasta homicidios son frecuentes en
esos centros, donde los cautivos viven hacinados y en condiciones infrahumanas.
La organización mundial Alcohólicos Anónimos (AA), Central Mexicana de
Servicios Generales, se deslinda de dichos establecimientos y de sus prácticas.
Terapia de la
muerte
Miren, cabrones:
¡vean lo que les puede pasar si no se ponen las pilas! Este güey se murió por
alcohólico, por no entender”, le decían los padrinos al grupo de alcohólicos en
rehabilitación mientras mostraban el cadáver de su compañero tendido a mitad de
la sala.
Se llamaba Julio
C. y era un veinteañero. Tenía pocos días de haber ingresado a esa granja de
rehabilitación situada en un paraje cercano a la ciudad de Toluca. Llegó muy
debilitado. Su carácter levantisco lo hacía oponerse a la rígida disciplina de
la granja. Los padrinos trataban de corregirlo hasta que se les pasó la mano y
lo mataron de una golpiza.
En cuanto murió
tendieron su cuerpo en el piso de la sala de juntas y llamaron a los demás
internos para que vieran el cadáver. En esa granja –como en muchas otras y en
anexos para alcohólicos– es parte de la terapia grupal exhibir los cadáveres de
quienes mueren dentro.
Dennis S., uno
de los internos congregados en torno al cuerpo de Julio, es quien relata la
anécdota y recuerda así la escena:
“Las moscas
volaban sobre la cara desfigurada de Julio. Estaba descalzo y sin camisa. Tenía
los ojos en blanco. Cuando llegó a la granja no traía ni un rasguño. Pero
terminó muerto por la golpiza que le pusieron los padrinos que nos seguían
diciendo a todos: ‘¡Miren, cabrones: así también pueden terminar ustedes!’
Después echaron el cadáver a una camioneta y se lo llevaron quién sabe a dónde.
Ya no supimos más. Nadie preguntó nada.”
Para Dennis esa
muerte no es un hecho insólito. A sus 34 años ha vivido una década de
reclusiones en siete granjas y anexos a los que fue llevado a la fuerza por sus
familiares, quienes ya no soportaban su alcoholismo. Ahí padeció vejaciones,
torturas y presenció muertes e intentos de suicidio.
Alto, robusto y
con los brazos tatuados, Dennis radica en Ecatepec, Estado de México, donde
intenta reabrir su pequeño taller de motocicletas y rehacer su vida estropeada
por el alcohol. Entrevistado en una oficina de la Central Mexicana de
Alcohólicos Anónimos –institución que lo puso en contacto con Proceso–, Dennis
cuenta sus vivencias en algunos de esos centros de reclusión.
“A la fuerza”
“Unas tías y
unos primos me llevaron a la fuerza al primer anexo. Lo manejaba Factor X y
estaba en la colonia Providencia, de la delegación Gustavo A. Madero. Los
familiares siempre pagan cuotas de entrada y después aportaciones semanales.
Conmigo se hizo lo mismo. A ese anexo llegué muy borracho. Me subieron al
dormitorio de valoración, donde sólo había un catre de madera sin colchón y sin
cobijas. Ahí me dejaron durmiendo para que se me bajara la embriaguez.
“Al despertar
estaba frente a mí una persona amarrada con cables. Era un castigado. Sangraba
de la cara, pataleaba y gritaba. Me empezó a mentar la madre una y otra vez.
Hasta que me enojé y empecé a golpearlo. Luego entraron cuatro personas y me
pusieron una madriza a mí también. Después me amarraron. Ese fue mi
recibimiento.
“Al desatarme me
dicen: ‘Ahí está tu baño para que hagas tus necesidades’. Y me entregan un bote
de la Comex de 19 litros para orinar y defecar. Cada interno tenía su propio
bote. Había varios menores de edad. Ahí conocí a un chamaco como de 14 años.
“A la comida que
nos daban la llaman ‘caldo de oso’; puras verduras echadas a perder que recogen
de los desperdicios de los tianguis, revueltas en un caldo que sabe a tierra.
Te tienes que comer tu ‘caldo de oso’ con tortillas enlamadas. Y si no quieres
te mueres de hambre. Ni los perros comen tan mal.
“En ese anexo
había unos 80 internos. Dormíamos apretados como sardinas y sobre cobijas
mugrosas. Ahí se dice que eso es dormir ‘pito con pito y culo con culo’. Uno no
se puede ni mover. Al levantarte tenías que bañarte con agua fría.
“Y era pura
tortura sicológica las terapias de grupo que te dan los padrinos, conocidos
también como ‘los chicarcones’, gente que dejó el alcohol y te ayuda a
rehabilitarte. Les dices que estás preocupado porque a la mejor tu novia te va
a dejar y ellos te contestan: ‘A tu novia ya se la anda tirando otro cabrón’. O
hablas de tu familia y te dicen: ‘Tu familia no te quiere, por eso te trajo
aquí’, cosas de ese tipo que duelen mucho.
“Los de factor X
son muy cabrones. Te amarran y te golpean si no haces lo que te piden. Sólo
estuve como una semana en ese anexo. Mi padre no sabía que estaba ahí. Al darse
cuenta me fue a sacar. Pero salí y seguí tomando…”
“Por teporocho”
“Nuevamente mi
familia volvió a meterme en otro anexo que está por la colonia Romero Rubio y
lo maneja un grupo que se llama Comprensión. Ahí había mujeres. En el día
convivíamos con ellas durante las juntas y en la noche hombres y mujeres
dormíamos aparte.
“Para
divertirse, los padrinos nos ponían a hacer ‘patitos’, que consiste en limpiar
los pisos con jergas y con las rodillas dobladas; o hacer ‘carritos chocones’,
que es poner a dos personas en dos extremos y limpiar a toda velocidad el piso
hasta chocar uno con otro. Si protestas te golpean.
“Una vez ‘los
chicarcones’ me dijeron: ‘Valora a este güey que acaba de llegar’. Y me
pusieron a atender a un borracho que llegó con delirios. Yo no sabía qué hacer.
Todos se fueron a dormir y me quedé cuidándolo. Le empezaron a dar ataques, se
le volteaban los ojos y se le engarruñaba el cuerpo, hasta que murió. Eran como
las tres de la mañana. Avisé a los padrinos que sólo dijeron: ‘Se murió por
teporocho’.
“A esas horas,
los padrinos despertaron a todos los internos para reunirnos en la sala de
juntas donde tendieron al muertito para que lo viéramos. ‘Así van a quedar
ustedes si no entienden’, nos dijeron. Los teporochos se mueren en los anexos
porque no hay médicos ni enfermeros, y nosotros no podemos curarlos de la peda.
“En ese anexo
estuve poco más de un mes. Me escapé un día que vi la puerta abierta. Iba
descalzo y salí corriendo. Y volví a caer en el alcohol. Estaba muy resentido
con los anexos y con mi familia.
“Cuando caí en
el tercer anexo ya estaba casado. Fue mi esposa la que me metió. Le habló a ‘la
patrulla enchancladora’, un automóvil con cuatro personas que trabajan para un
anexo y van por ti hasta tu casa. Me cayeron de sorpresa y me metieron a golpes
al carro. Tuvieron que amarrarme porque opuse mucha resistencia. El anexo al
que me llevaron está por la Vía Morelos, en Ecatepec, y lo maneja el grupo
Reencuentro Conmigo. Es un edificio de tres pisos. Ahí me robaron todo desde
que entré; mi reloj, una esclava y hasta unas arracadas de oro que me había
puesto en los pezones.
“En la tribuna
de ese anexo no hay ninguna coordinación. Contábamos nuestras experiencias sin
nadie que nos guiara. Había muchas broncas entre los anexados.
“A ese anexo
llegó un día mi esposa y me dijo: ‘acaban de robar la casa y estoy embarazada,
ya vámonos’. Ella misma me sacó de ahí porque me necesitaba. Pero no me
compuse. Volví a seguir en la peda.”
“Mi esposa
volvió a meterme en otro anexo. Está en Xalostoc, cerca de mi casa, y lo maneja
el grupo El barco de la sabiduría. Y otra vez a comer el ‘caldo de oso’, a
defecar en un bote y a soportar las golpizas. Lo único bueno de ese anexo es
que te dan de cenar bien; una taza de café y dos piezas de pan recién traídas
de la panadería.
“Ahí nos ponían
a tejer carteras. Decían que era terapia ocupacional. Las vendían quién sabe
dónde. Nosotros éramos sus obreros, pero no nos pagaban ni madres, sólo un
cigarro Delicado sin filtro por cada jornada diaria.
“Un día me
mandaron a tirar la basura afuera del anexo y aproveché para escaparme. Regresé
a mi casa todavía más resentido con mi familia. Les gritaba a todos, pateaba
las puertas y vendía la televisión, el estéreo, el DVD o lo que fuera para
poder seguir tomando. Mi padre me amenazaba: ‘Te vamos a mandar a una granja en
algún lugar aislado para que no puedas fugarte’.”
En México operan
muchos centros de reclusión para alcohólicos donde ocurren asesinatos, torturas,
suicidios y muchas otras violaciones a los derechos humanos ante la inacción de
las autoridades, ya de por sí incapaces de atender a los casi 7 millones de
alcohólicos del país.
Estos centros de
reclusión, llamados “anexos” o “granjas”, son verdaderas cárceles a las que se
lleva por la fuerza a sus internos para “rescatarlos” de su adicción alcohólica
mediantes múltiples formas de tortura física y psicológica. Ahí viven hacinados
y en condiciones insalubres.
Centros como
Factor X, El rebaño sagrado, Los hijos del caos o Los hijos del capitán Garfio,
entre otros, son manejados por grupos de facinerosos y golpeadores que lucran
con los adictos al alcohol, pues viven de las cuotas y despensas que piden a
los familiares de los internos.
El doctor Ricardo
Iván Nanni Alvarado, presidente de la Central Mexicana de Servicios Generales
de Alcohólicos Anónimos (AA), comenta:
“Estos anexos y
granjas empezaron a proliferar en México en los ochenta, por lo que llevan
décadas de estar funcionando. Generalmente, a esos lugares las personas son
llevadas a la fuerza. Están ahí contra su voluntad, lo cual contraviene los más
elementales derechos humanos y los principios que ostentamos aquí en
Alcohólicos Anónimos.”
Lamenta que
muchos de esos lugares utilicen el nombre de Alcohólicos Anónimos, así como sus
siglas “AA”, para operar y engañar a la gente.
Y aclara: “Aquí
en AA no manejamos ni anexos ni granjas de reclusión. ¡Para nada! Solamente
realizamos sesiones de hora y media de duración a donde la gente acude de
manera voluntaria. Llega a la sesión y luego se va. De manera que nos
desvinculamos de esos grupos que de manera inapropiada realizan acciones a
nombre nuestro”.
Entrevistado en
las oficinas de la Central Mexicana, el doctor Nanni Alvarado indica que AA
–surgido en Estados Unidos en 1935– en la actualidad tiene presencia en 183
países, pero de todos ellos sólo en México se da el problema de los anexos y
las granjas.
“Esta distorsión
únicamente ocurre en México, aunque ya se empieza a exportar el modelo a
Centroamérica y a la población latina que radica en Estados Unidos. Lo grave es
que en esos anexos y granjas de rehabilitación se cometen muchos atropellos”,
dice.
¿Cuál es la
diferencia entre un anexo y una granja? –se le pregunta.
–Los anexos
operan en las ciudades y las granjas en el campo. Cuando éstas empezaron a
surgir se pretendía que los internos aprendieran a sembrar y cosechar la
tierra, criar animales, atender un huerto y cosas de ese tipo que al final no
se realizaron. Se convirtieron en lugares donde se violan los derechos humanos
más elementales.
¿Ya intervienen
ahí organizaciones defensoras de derechos humanos para combatir esos
atropellos?
–No, no hay
nada. Por desgracia estoy imposibilitado para realizar denuncias porque me lo
prohíbe la normatividad interna de Alcohólicos Anónimos. Ni siquiera podemos
demandar judicialmente a esos grupos por usurpar nuestro nombre y plagiar
nuestro logotipo. Lo único que podemos hacer es deslindarnos.
Estigma
Un investigador
que prepara un estudio sobre el tema –quien pide no mencionar su nombre para
sujetarse a la regla del anonimato exigida por Alcohólicos Anónimos, pues él
también fue un alcohólico recluido en varios anexos– comenta en entrevista con
Proceso:
“A diferencia de
los migrantes, discapacitados, indígenas o algunos otros grupos vulnerables,
los alcohólicos no tienen organizaciones de derechos humanos que los defiendan
porque se les considera una lacra social, incluso por sus propias familias. Más
que como una enfermedad, el alcoholismo en México es visto como un vicio. De
ahí que poco importan los atropellos que se cometen contra esta población.”
Y añade: “De
acuerdo con cifras oficiales, en la actualidad existen en México 7 millones de
alcohólicos; muchos de ellos padecen un nivel crónico y agudo que requiere
hospitalización, pero el gobierno no tiene ni el personal ni la infraestructura
médica para atenderlos, y es ahí donde lo suplen estos anexos y granjas que han
proliferado en todo el país”.
–También hay
clínicas privadas con personal capacitado.
–Sí, pero son
muy caras para la mayoría de las familias que tienen en casa a un alcohólico
grave. No todas cuentan con 200 mil pesos para pagar un internado en la clínica
Oceánica. En cambio, es más fácil que desembolsen los alrededor de 500 pesos de
cuota semanal que están cobrando estas granjas y anexos.
–¿Y qué
atropellos concretos se cometen en estos sitios?
–Para empezar, a
esos lugares tu familia te lleva a la fuerza, por lo que de entrada hay una
privación ilegal de la libertad. Esos anexos cuentan incluso con las llamadas
“patrullas salvadoras”, vehículos tripulados por tres o cuatro personas que
llegan hasta tu domicilio para sacar a golpes y amarrado al alcohólico. Basta
con un telefonazo para que vayan por él. Eso sí, la familia debe firmar una
carta responsiva para librar de toda responsabilidad a quienes manejan los
anexos, en caso de que al interno le ocurra un percance grave.
“Y ya dentro del
anexo es como si retrocedieras 200 años, a la época de la esclavitud. Es
prácticamente una cárcel donde los amos y señores son los llamados padrinos,
cuya función debería ser rehabilitar al enfermo; en realidad su objetivo es
quedarse con las cuotas semanales que les piden a los familiares de los
anexados, lo mismo que con las despensas que nunca les entregan a los internos.
Manejar un anexo es un buen negocio.
“Los internos
son tratados peor que esclavos; les lavan el auto, bolean sus zapatos y cumplen
todas las exigencias y caprichos de los padrinos, que los someten a múltiples
torturas físicas y psicológicas. Las golpizas y los ayunos forzosos son de lo
más frecuente. También se acostumbra mantener amarrados a los internos como
forma de castigo. Por eso son tan comunes las muertes en los anexos.”
–Incluso podrían
ser homicidios.
–Sí, se dan
casos de homicidio. Cuando ocurre alguna muerte, colocan el cadáver frente a
los demás internos y se realiza una junta cuya finalidad es hacerles ver cómo
pueden acabar todos los anexados. Son las llamadas “juntas de cuerpo presente”.
Después, los responsables del anexo dan parte al Ministerio Público, muestran
la carta responsiva firmada por los familiares del muerto y así se lavan las
manos; no se responsabilizan de nada.
“En las granjas
es común que aterroricen a los internos con la idea de la muerte mediante la
siguiente práctica: los meten maniatados a un ataúd y ahí los mantienen durante
dos o tres días. El objetivo es provocarles delirios para que aprecien el valor
de la vida. Se le considera un buen método de rehabilitación.”
Seudoterapias
Entre los grupos
bien consolidados que realizan estas prácticas, el investigador menciona las
siguientes: Factor X, El rebaño sagrado, Fuera de serie, Los hijos del caos y
Los hijos del capitán Garfio, entre otros.
Y precisa:
“Estos grupos
manejan anexos pero también granjas afuera de las ciudades. Todos son lugares
sin ley. Factor X tiene fama de utilizar las torturas más crueles, aunque El
rebaño sagrado no se queda tan atrás. Hasta el momento, las autoridades no han
podido hacer nada para detenerlos.”
A continuación
detalla la rutina de un día normal en un centro manejado por estos grupos:
“A las cinco de
la mañana, el llamado ‘primero del anexo’, interno al que se le da poder, les
grita a sus compañeros que están dormidos: ‘¡Órale hijos de la chingada.
Párense a bañar!’ Y a esa hora todos deben bañarse con baldes de agua fría.
“Luego viene el
desayuno, que puede ser una taza de té sin azúcar con algunos pedazos de pan, o
bien la comida más común en esos lugares, que es el ‘caldo de oso’: agua con
verduras descompuestas que se recogen de los desperdicios de los mercados. Esa
es la dieta diaria. Ni soñar con huevos, leche o carne.
“Después, a cada
interno le corresponde hacer algún ‘servicio’: barrer, trapear los pisos,
dedicarse a la cocina, etcétera. Y en distintos horarios de la mañana o de la
tarde, dependiendo de cada anexo, se realizan en una sala las reuniones de
terapia grupal, que no tienen nada de terapéuticas porque se basan en el
escarnio y la humillación.
“Por ejemplo, a
quien se indisciplina los padrinos lo visten de mujer y lo ponen frente a todos
para que se burlen de él. Las mofas también van dirigidas a quien cuenta sus
vivencias frente al grupo. Y constantemente los padrinos les dicen a los
internos que sus familias no los quieren o que son una basura social. La
intención es hacerlos ‘tocar fondo’, como se dice, para que recapaciten y
logren la rehabilitación.
“En las noches,
los internos duermen hacinados y en condiciones totalmente insalubres. En un
pequeño cuarto pueden dormir 20 o 30 personas amontonadas y entre cucarachas.
No hay médicos ni psicólogos que los atiendan. Las infecciones y la gangrena
son frecuentes, y a veces ocurren suicidios.”
El investigador
añade que ni siquiera hay control para seleccionar a quienes llegan a esos
centros: “Ingresan menores de edad, adictos a cualquier tipo de droga y hasta
prófugos de la justicia”, dice.
Y se detiene
para hablar concretamente sobre los grupos denominados de “cuarto y quinto
pasos”, que en los últimos años han proliferado en todo el país. Dice:
“Estos grupos
supuestamente basan sus terapias en los 12 pasos que seguimos en Alcohólicos
Anónimos. Pero ellos se centran en el cuarto y quinto pasos, que consisten en
hacer un inventario y una toma de conciencia de tu vida. A nosotros nos lleva
casi dos años llevar al alcohólico a esta etapa guiado por una persona con
experiencia, un terapeuta profesional o un sacerdote, ya que se manejan sucesos
muy delicados de la infancia o de la juventud.
“En una semana
estos grupos llegan al cuarto y quinto pasos. Y lo hacen de la siguiente
manera: suben a un autobús a los internos y los llevan a una granja alejada de
la ciudad. Ahí colocan unas mesas largas con hojas de papel donde los ponen a
escribir sus experiencias. Les gritan: ‘¡Escriban, cabrones, escriban sobre
todo lo que se acuerden! ¡Saquen lo que traen dentro!’.
“Todo un día y
una noche te tienen escribiendo sin comer y sin dormir. A cada uno le asignan
un padrino que al terminar de escribir te lleva a una llanta colgada y te pone
a que la golpees. Te dice: ‘Pégale a la llanta, desahoga tu coraje’. Luego
juntan a todos, los hacen ver hacia el cielo, les ponen canciones religiosas y
les dicen: ‘¡Vean a Dios! ¡Dios ya los perdonó! ¡Ya no volverán a drogarse ni a
beber!’ Y pues claro, en el estado en que se encuentran pueden ver a Dios y a
lo que sea.”
En su investigación
Alcohólicos Anónimos en México: fragmentación y fortalezas, Haydée Rosovsky
detalla cómo AA se dividió poco a poco en distintas agrupaciones disidentes que
siguieron su propio camino. Apunta que fue la agrupación 24 Horas –integrada
por múltiples grupos en todo el país– la que empezó a impulsar los anexos y las
granjas porque reparó en que hay alcohólicos que requieren ser internados. 24
Horas también implantó “ese trato agresivo y humillante para hacer que sus
internos toquen fondo”, pues considera que sólo así dejan de beber.
Según Rosovsky
“estas rupturas con AA sólo ocurrieron en México debido a las condiciones del
entorno sociocultural y económico”. Pese a ello, dice, AA –cuya sede mundial
está en Nueva York– se ha ido consolidando en México y cada vez aumentan sus
grupos afiliados.
El presidente de
la Central Mexicana, el doctor Nanni Alvarado, destaca que actualmente AA
cuenta con 14 mil 700 grupos distribuidos en toda la República, los cuales
atienden a cerca de 200 mil alcohólicos.
“Nuestro programa
de rehabilitación ha resultado muy exitoso en México, entre otras razones
porque es totalmente gratuito y se basa en la ayuda mutua entre los mismos
alcohólicos”, dice.
Y agrega: “AA es
el único grupo reconocido por las autoridades mexicanas”. Prueba de esta
‘confianza’ son los convenios que actualmente tiene con varias instancias,
entre las que se encuentran la Secretaría de Salud, el IMSS, el ISSSTE, la UNAM
o Caminos y Puentes Federales (Capufe), que tiene un programa para evitar los
accidentes carreteros causados por el alcoholismo”.